martes, 15 de noviembre de 2022

Puerto

 

Una espesa neblina se alzaba desde el puerto cubriendo la ciudad. La Hermosa bienvenida para un barco naufragante.

Cortando lo espeso del aire empieza a dibujarse una figura poco antes vista. Un barco, un tumulto de gente y al fondo un Almirante, en la ultima parte del navío. Su marcha lenta poco agitaba las aguas de la bahía pero su paso cansado, fatigado y consistente da con tierra.

La gente del puerto, tanto obreros, como niños y mujeres se agolpan en los amarres del Dique 1.

Uno a uno los tripulantes descienden en silencio, con un paso símil a de su barco. Cuando todos bajaron al fondo se veía una persona que dejaba a poyar si cuerpo sobre el mastil. Era el Almirante.

El enderezó su formidable cuerpo tumbado y miró con desconfianza. Los extraños al barco subieron por la escalera de popa.

El Almirante, rodeado por la muchedumbre mostraba más desconcierto que los visitantes.

Este tenia sus ropas desgastadas, sucias y enfermas.tanto o mas de lo que mostraba su cuerpo. Gotas de transpiración, respiración jadeante y ojos cansados eran señales de que este personaje no iba a dar mas detalles de su procedencia. Fue entocnes cuando una muchacha rompe el silencio y pregunta -¿Podemos hacer algo por usted señor?-. El Almirante torna sus ojos buscando a la persona que habla y dice: - llevo años de viaje en altamar. Largos años sin dialogo me han hecho olvidar lo dulce de una conversación. Nesecito sentarme en proa y contemplar esta nueva ciudad. Quiero ir junto a las gaviotas y conversar-.

La gente en silencio contempla la escena sin comprender, ella habiendo sincronizado con la mirada del hombre dice,-  suelo conversar con las gaviotas. Ellas me cuentan historias de mar. Por lo que gustaría en acompañarlo.- El hombre asiente con su cabeza. Ella casi retrucando el momento dice – Bien. Entonces vayamos a verlas  a conversar con ellas.

Se despiden del momento y la gente se retira del barco. Ellos acodados en proa, se rodean de aves y dan comienzo a su encuentro.

Cae la tarde.

Cuando tenía 25 años estaba viviendo en Santa Clara del mar, Cuba. En esos barrios fui seducido por el baile, por los mojitos, y por el beisbol. Cuando me di cuenta, mi ropa ya no era la mía, los muebles ni se parecían a los que tenía. Con decir que la mesa de luz me sacaba 20 cm y no tenia cajones sino baúl les digo todo… es más, de noche yo no me veía mi propio cuerpo. Ahora no era blanco, era negro. Cuando Salí al barandal de mi casa vi que tenia un auto clásico… un americano de los 50`, grande y de un color crema bastante bien mantenido. Este era mimado por una vecina y que vecina… me di cuenta que tenía una que nunca tuve. Ahora el vecindario era el vecindario y no el barrio, por lo que la vecina ya no era vecina sino que era… toda una vecina. Ella estaba apoyando sus caderas en el capot de mi auto cuando me pregunto desde detrás de sus anteojos de sol precipitados hacia sus pechos,” Como se vería el Malecón estando tu manejando, las ventanillas bajas y yo, en el asiento de al lado, con la mano en tu regazo y la radio pasando Buena Vista Social Club”. Sonriendo me di media vuelta y camine a la nevera… saque un ramillete de hierbabuena, un limón cortado al medio y me sorprendió ver que en la puerta del congelador, frente a mis narices había un papelito amarillo que decía “la tarde cae a las 19 hs.” Sin más continué con mi mojito. Busqué azúcar, machaque con el mortero que me pareció estar a mano  con una sensación de que siempre fue así y le eché su correspondiente ron habana blanco. Volviendo para la barandilla vi que la vecina ahora estaba sentada  en mi sillón de dos que tengo en el barandal. De a poco y muy tranquilos conversamos de mil temas viendo pasar todas las horas en desfile, frente a mi casa, una tras otra haciendo llegar la tarde exactamente a las 19hs. Esta en silencio se presentó, sonriente saco una hermosa cajita que mostraba 2 anillos en su interior. Ahí tome un abrigo, no dije nada mas, solo levante de la mesa el mojito y fui para mi auto, subí y le abrí la puerta del acompañante a mi chica. Me asome por el hueco de la puerta recién abierta y la vi  atándose el pelo con su pañuelo amarillo, se acomodó los anteojos de sol y se subió rápido al auto. Cargamos gasolina cerca de allí y zarpamos hacia oeste de la isla siguiendo la caída del sol en un viaje de ventanillas bajas y atardecer.

Para el anochecer estábamos recorriendo el Malecón  marcha lenta. Yo apodé el momento como “la Bienvenida”. Esa misma noche nos recibió, nos armo la cena y la ceremonia con velas. Esa misma noche de 25 grados nos casó...

 Ahora vivo en el Malecón con mi señora y mi hijo. Con mi hijo juego al beisbol en el baldío de tierra de a la vuelta de mi casa y con mi señora atendemos la casa y al crio, tomamos mojito, bailamos al son de la música, y hacemos el amor por la noche.  

 

Luz y selva.

 

En una cascada pequeña en el centro de América del Sur, me encontraba yo. Era un humano esta vez, era lo que me había tocado para esta encarnación. Una de mis tantas tardes me encontró esculpiendo mi lanza, mientras esperaba y contemplaba. Cuando el filo me aviso que estaba listo, levante la mirada y empecé a correr. Correr desenfrenadamente, atravesando la selva, dando pequeños despegues del suelo para sortear las raíces, cortando el aire con la punta de mi lanza, con ambos ojos dirigidos para un solo lado, profundo y oscuro en el seno de la naturaleza. Como aprendí en mi infancia no altere la naturaleza solo para lo que era necesario, prácticamente volaba, mis pies prácticamente no tocaban el suelo. Mis muslos y cada parte de mis piernas empujaban el barro, la maleza. Muy sigilosa pero veloz mente seguía cortando el bosque, mi lanza se asomaba a un metro de mi cuerpo y era ella quien abría el paso, yo simplemente galopaba. De un segundo al otro supe que debía que frenar, así lo hice: Clave al piso mi cuerpo y lo dispuse en pose de caza, listo para darle a mi extensión filosa, de madera la fuerza, la tracción, la proyección suficiente para que vuele y de con el haz de luz. Este se encontraba cortado la selva y reposaba en un árbol. Certero di con él, pero a los pocos segundos se desvaneció y no dejo rastro. Desconcierto en todo mi ser, solo supe mirar a mi alrededor, pero nada parecía dar señal alguna de él. Sin sentirme tranquilo me incorporé y camine hasta mi lanza para destrabarla de aquel árbol. Como antes había visto antes, nada de la lanza daba señal de haber rasgado, derramado o por lo menos, retenido algo de esa luz. Todo limpio e impecable.

Nuevamente, de un segundo al otro, advertí una pulsión fuerte por seguir correr. Disparé mi cuerpo a la tupida selva. Corte el aire, corte el espacio, esquive nuevamente todo lo que atentaba a mi fugaz paso, El cuero de mi piel se erizo acusando recibo de la adrenalina que recorría mi cuerpo interno. ¡Otra vez! Clavé mis pies en el suelo fangoso y dispare mi cuña de madera y sin ningún tipo de duda le di al blanco de luz, esta vez mas anaranjado. 3 segundos después se desvaneció. Otra vez… Mientras desenterraba la punta de la lanza de la nueva corteza de árbol, me di cuenta que ese naranja del rayo, era como el del Sol. No pude dejar de pensar que él, el más sagrado estaba jugando conmigo. No me resigné, me eyecté nuevamente a lo profundo de la selva. Mientras corría y corría nada había de razón, todo era instinto, instinto puro. De reojo veo al haz de luz yendo paralelo a mi. No lo podía creer, era inmenso. Sin distraerme de mi camino continué esta vez acompañando el haz.

A medida que el sol bajaba  a la tierra, lo que era anaranjado pasaba a ser rojizo. Deduje que si era más rojo, era porque había mas sangre en él y si había mas sangre, había una cabeza. Fui por ella, no frené, seguí y mas que antes, atravesando rápidamente toda la naturaleza que me rodeaba.

En mi marcha descubro el cerro… el cerro único, el que vio nacer al sol, el que disparo la luna a la noche. El, que nos entregaba el agua de todos los días tras las lluvias, Karupey. Junto con el Sol estaban en este salvajismo. Mágicamente vi que mi presa se elevaba hacia el cerro, a lo más alto, a la sima. Un lugar donde se asentaban los invasores. Ese era mi destino… ese lugar. Hasta ahí tenia que ir para despejar de mi pecho el impulso salvaje. Irrumpí en la base de aquella inmensidad de cerro y subí, era todo lo que tenia que hacer, todo lo que sabía que tenía que hacer. No importaba cuan salvajes eran ellos allá arriba, no me importó. Subí y ahí estaban esperándome. Ansiados por desgarrar mi cuerpo con sus facas. Sus pupilas dilatadas se clavaban en mi y nada me importo, solo los esquivé, no eran mi presa, por más que yo fuera la de ellos.

Mientras el rayo, ahora rojo exacto del sol, misterioso como siempre, se clavaba en la sima de aquel cerro ya mucho mas cerca que antes. Simplemente ahí cerca. Otra inyección de adrenalina para mi cuerpo agitado. Y si, detrás de esos árboles estaba su fuente, su origen. Simplemente los esquivé como a tantos otros árboles de la selva y no supe hacer otra cosa más que frenar al ver la inmensidad.

Ante mi, la construcción grande y alta, muy desconocida para mi. De adentro suyo salía el rayo, cruzaba la puerta y se internaba en la selva de allá abajo. Miré al Sol y este estaba a punto de desaparecer, deduje que el rayo también. Sin mucho más tiempo, me dispuse a entrar en aquel templo. Con mi mano apreté fuerte la empuñadura de la lanza, lanza que tenía una punta de flecha sedienta de verdad y harta de intriga.

 Paso a paso me fui acercando sin animarme a nada. Algo ahora había cambiado y era el impulso por clavar en ese haz mi lanza. Fui junto al rayo, ya débil, directo a la fuente. Frente a mi dos escalones de piedra con una arcada y un pasillo que se internaba en la construcción. Al final de este, el origen de mis incertidumbres. Sin cortar el nexo con el sol caminé hasta el final. Ahí me encontré con él. Era el Sol, el mismo de mis espaldas. Ante mi una fuente de soles. También había una lanza, frente a mi una fuente de lanzas. Salía de él, el bendito rayo inmortal que solo era apagado por el Sol. Nunca más quise saber porqué, ni nadie quiso saber porqué, pero ahí estaba yo también. Simplemente huí y volví a mis orígenes esta ves eludiendo a los cazadores. Porque si cada cosa estaba tanto acá como allá, se debía mantener el equilibrio, eso que siempre aprendí a respetar.