martes, 15 de noviembre de 2022

Cae la tarde.

Cuando tenía 25 años estaba viviendo en Santa Clara del mar, Cuba. En esos barrios fui seducido por el baile, por los mojitos, y por el beisbol. Cuando me di cuenta, mi ropa ya no era la mía, los muebles ni se parecían a los que tenía. Con decir que la mesa de luz me sacaba 20 cm y no tenia cajones sino baúl les digo todo… es más, de noche yo no me veía mi propio cuerpo. Ahora no era blanco, era negro. Cuando Salí al barandal de mi casa vi que tenia un auto clásico… un americano de los 50`, grande y de un color crema bastante bien mantenido. Este era mimado por una vecina y que vecina… me di cuenta que tenía una que nunca tuve. Ahora el vecindario era el vecindario y no el barrio, por lo que la vecina ya no era vecina sino que era… toda una vecina. Ella estaba apoyando sus caderas en el capot de mi auto cuando me pregunto desde detrás de sus anteojos de sol precipitados hacia sus pechos,” Como se vería el Malecón estando tu manejando, las ventanillas bajas y yo, en el asiento de al lado, con la mano en tu regazo y la radio pasando Buena Vista Social Club”. Sonriendo me di media vuelta y camine a la nevera… saque un ramillete de hierbabuena, un limón cortado al medio y me sorprendió ver que en la puerta del congelador, frente a mis narices había un papelito amarillo que decía “la tarde cae a las 19 hs.” Sin más continué con mi mojito. Busqué azúcar, machaque con el mortero que me pareció estar a mano  con una sensación de que siempre fue así y le eché su correspondiente ron habana blanco. Volviendo para la barandilla vi que la vecina ahora estaba sentada  en mi sillón de dos que tengo en el barandal. De a poco y muy tranquilos conversamos de mil temas viendo pasar todas las horas en desfile, frente a mi casa, una tras otra haciendo llegar la tarde exactamente a las 19hs. Esta en silencio se presentó, sonriente saco una hermosa cajita que mostraba 2 anillos en su interior. Ahí tome un abrigo, no dije nada mas, solo levante de la mesa el mojito y fui para mi auto, subí y le abrí la puerta del acompañante a mi chica. Me asome por el hueco de la puerta recién abierta y la vi  atándose el pelo con su pañuelo amarillo, se acomodó los anteojos de sol y se subió rápido al auto. Cargamos gasolina cerca de allí y zarpamos hacia oeste de la isla siguiendo la caída del sol en un viaje de ventanillas bajas y atardecer.

Para el anochecer estábamos recorriendo el Malecón  marcha lenta. Yo apodé el momento como “la Bienvenida”. Esa misma noche nos recibió, nos armo la cena y la ceremonia con velas. Esa misma noche de 25 grados nos casó...

 Ahora vivo en el Malecón con mi señora y mi hijo. Con mi hijo juego al beisbol en el baldío de tierra de a la vuelta de mi casa y con mi señora atendemos la casa y al crio, tomamos mojito, bailamos al son de la música, y hacemos el amor por la noche.  

 

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