martes, 15 de noviembre de 2022

Luz y selva.

 

En una cascada pequeña en el centro de América del Sur, me encontraba yo. Era un humano esta vez, era lo que me había tocado para esta encarnación. Una de mis tantas tardes me encontró esculpiendo mi lanza, mientras esperaba y contemplaba. Cuando el filo me aviso que estaba listo, levante la mirada y empecé a correr. Correr desenfrenadamente, atravesando la selva, dando pequeños despegues del suelo para sortear las raíces, cortando el aire con la punta de mi lanza, con ambos ojos dirigidos para un solo lado, profundo y oscuro en el seno de la naturaleza. Como aprendí en mi infancia no altere la naturaleza solo para lo que era necesario, prácticamente volaba, mis pies prácticamente no tocaban el suelo. Mis muslos y cada parte de mis piernas empujaban el barro, la maleza. Muy sigilosa pero veloz mente seguía cortando el bosque, mi lanza se asomaba a un metro de mi cuerpo y era ella quien abría el paso, yo simplemente galopaba. De un segundo al otro supe que debía que frenar, así lo hice: Clave al piso mi cuerpo y lo dispuse en pose de caza, listo para darle a mi extensión filosa, de madera la fuerza, la tracción, la proyección suficiente para que vuele y de con el haz de luz. Este se encontraba cortado la selva y reposaba en un árbol. Certero di con él, pero a los pocos segundos se desvaneció y no dejo rastro. Desconcierto en todo mi ser, solo supe mirar a mi alrededor, pero nada parecía dar señal alguna de él. Sin sentirme tranquilo me incorporé y camine hasta mi lanza para destrabarla de aquel árbol. Como antes había visto antes, nada de la lanza daba señal de haber rasgado, derramado o por lo menos, retenido algo de esa luz. Todo limpio e impecable.

Nuevamente, de un segundo al otro, advertí una pulsión fuerte por seguir correr. Disparé mi cuerpo a la tupida selva. Corte el aire, corte el espacio, esquive nuevamente todo lo que atentaba a mi fugaz paso, El cuero de mi piel se erizo acusando recibo de la adrenalina que recorría mi cuerpo interno. ¡Otra vez! Clavé mis pies en el suelo fangoso y dispare mi cuña de madera y sin ningún tipo de duda le di al blanco de luz, esta vez mas anaranjado. 3 segundos después se desvaneció. Otra vez… Mientras desenterraba la punta de la lanza de la nueva corteza de árbol, me di cuenta que ese naranja del rayo, era como el del Sol. No pude dejar de pensar que él, el más sagrado estaba jugando conmigo. No me resigné, me eyecté nuevamente a lo profundo de la selva. Mientras corría y corría nada había de razón, todo era instinto, instinto puro. De reojo veo al haz de luz yendo paralelo a mi. No lo podía creer, era inmenso. Sin distraerme de mi camino continué esta vez acompañando el haz.

A medida que el sol bajaba  a la tierra, lo que era anaranjado pasaba a ser rojizo. Deduje que si era más rojo, era porque había mas sangre en él y si había mas sangre, había una cabeza. Fui por ella, no frené, seguí y mas que antes, atravesando rápidamente toda la naturaleza que me rodeaba.

En mi marcha descubro el cerro… el cerro único, el que vio nacer al sol, el que disparo la luna a la noche. El, que nos entregaba el agua de todos los días tras las lluvias, Karupey. Junto con el Sol estaban en este salvajismo. Mágicamente vi que mi presa se elevaba hacia el cerro, a lo más alto, a la sima. Un lugar donde se asentaban los invasores. Ese era mi destino… ese lugar. Hasta ahí tenia que ir para despejar de mi pecho el impulso salvaje. Irrumpí en la base de aquella inmensidad de cerro y subí, era todo lo que tenia que hacer, todo lo que sabía que tenía que hacer. No importaba cuan salvajes eran ellos allá arriba, no me importó. Subí y ahí estaban esperándome. Ansiados por desgarrar mi cuerpo con sus facas. Sus pupilas dilatadas se clavaban en mi y nada me importo, solo los esquivé, no eran mi presa, por más que yo fuera la de ellos.

Mientras el rayo, ahora rojo exacto del sol, misterioso como siempre, se clavaba en la sima de aquel cerro ya mucho mas cerca que antes. Simplemente ahí cerca. Otra inyección de adrenalina para mi cuerpo agitado. Y si, detrás de esos árboles estaba su fuente, su origen. Simplemente los esquivé como a tantos otros árboles de la selva y no supe hacer otra cosa más que frenar al ver la inmensidad.

Ante mi, la construcción grande y alta, muy desconocida para mi. De adentro suyo salía el rayo, cruzaba la puerta y se internaba en la selva de allá abajo. Miré al Sol y este estaba a punto de desaparecer, deduje que el rayo también. Sin mucho más tiempo, me dispuse a entrar en aquel templo. Con mi mano apreté fuerte la empuñadura de la lanza, lanza que tenía una punta de flecha sedienta de verdad y harta de intriga.

 Paso a paso me fui acercando sin animarme a nada. Algo ahora había cambiado y era el impulso por clavar en ese haz mi lanza. Fui junto al rayo, ya débil, directo a la fuente. Frente a mi dos escalones de piedra con una arcada y un pasillo que se internaba en la construcción. Al final de este, el origen de mis incertidumbres. Sin cortar el nexo con el sol caminé hasta el final. Ahí me encontré con él. Era el Sol, el mismo de mis espaldas. Ante mi una fuente de soles. También había una lanza, frente a mi una fuente de lanzas. Salía de él, el bendito rayo inmortal que solo era apagado por el Sol. Nunca más quise saber porqué, ni nadie quiso saber porqué, pero ahí estaba yo también. Simplemente huí y volví a mis orígenes esta ves eludiendo a los cazadores. Porque si cada cosa estaba tanto acá como allá, se debía mantener el equilibrio, eso que siempre aprendí a respetar.      

No hay comentarios:

Publicar un comentario