martes, 15 de noviembre de 2022

Rompí tu ADN

 

Los tiburones brumosos languidecen en los bosques moribundos. El panorama deja asomar la sonrisa perversa de él. Una suerte de caos contextuado por testimonios mentiros y nervios inseguros. Los pasillos corren en contramano: Tristeza de los igúes, de las arenas alcohólicas, de los relojes de agua. Tuvimos que fabricar defensas, mientras que él, en su oficina, arroja alimento a la superficie del agua. Ellos, criaturas que dejaron de ser lo que eran, presos en 4 paredes de vidrio, responden a la incertidumbre de su flamante instinto de laboratorio. Enloquecen, algunos comen, otros vomitan la fiebre del oro que siembra este personaje siniestro desde las alturas. Un alimento que da ganas de comer mucho más de lo que recién tuvieron que vomitar. Tomado distancia de su pecera experimental, Don Dueño de la Creación, observa la demencia, es una práctica más de su experimento. Afuera, al igual que en la pecera, la fiebre se declara pandemia. Él conserva la distancia y como una cuenta regresiva absolutamente calculada, los híbridos de animal y ambición, enfermos hasta el tuétano, rompen el contenedor de su habitad. Vimos cristales que huían, ángulos enloquecidos.

            Fuimos un fraude, una junta de colegiados, que ciegos por el éxito conseguimos un diploma para recibirnos de “Cráneos en biología del siglo XXI”. Éramos tres y formábamos una recta en su despacho. Tres hijos de puta que se cagaron en toda la moral del saber, eso sí muy bien pagos. Ahora el desastre se encontraba desatado. Eso tiñó todos nuestros hermosos dólares verdes, guardados en los maletines de cuero, de un rojo furia, de un rojo en sangre y restos de despreciable alimento para roedor de laboratorio.

            A posteriori la vida transcurre paralela a la fiebre del oro, a los males endémicos, a los mapas e isotermas, isobaras e isohietas y a todos nuestros manuales de biología avanzada. Estábamos recluidos en nuestro retiro, este pagado por esos sucios dólares verdes. La locura a la orden del día. Ni un solo centavo sirvió para hacer callar la voz que retumbaba en nuestras cabezas y decía “No escribas: mantente firme en tu propósito de combinar los días de hierba con los exámenes de química” Fue una traición. Bendito el profesor que en sus tiempos nos aconsejó esa frase.

Él, con su corazón de metal impasible, murió fiel a sus ideales de riqueza, traición y muerte. En su funeral sonaban todavía a lo lejos, los cañonazos de la guerra que se había desatado a nivel mundial por la vendita fiebre del oro. Nosotros nunca más pudimos sonreír, las canciones que tocaba en el piano seguían nota a nota el pentagrama pero nunca más pude percibir el encanto de sus melodías, nunca más vimos la luz incandescente de las sábanas cuando intentamos hacer el amor.

Late en la sombra el reloj: tic tac tic tac, la muerte no te llegará más. Padecerás este karma de inmortalidad.

No volvieron los barcos veloces ni las fortalezas azules, el mar nos desterró por decreto universal.

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