martes, 15 de noviembre de 2022

Bartolome Grondi

Bartolomé Grondi es un hijo de extranjeros los cuales llegaron a EE.UU en busca de trabajo. Es uno mas de los que no tenía bandera, no era ni de aquí ni de allá. No tenia amigos ni de donde venia ni a donde había llegado. Después de una adolescencia sin penas ni glorias y siendo “la sucia bestia barrial” de su vecindario, ya  con 24 años, se abre de la familia para alejarse de todo lo que él considera innecesario, prácticamente la totalidad de su entorno. Se compra un modesto auto que lo comienza a expulsar de su casa. Su curso es claro y directo: Arizona. Ahí el pretende alquilar una casa humilde que simplemente soporte su vivir, no pide mas, solo la calma del desierto.

Sus primeros días en el pueblo del destino son muy duros y es que el desierto no anda con vueltas, es seco, es directo, lo que es frio es frio y lo que es calor es calor. A los pocos días de haber llegado consigue un trabajo simple con poca plata para su bolsillo y muy inestable, tan innecesario nombrarlo como el interés que tenia él por hacerlo.

Cuando logra cierta sustentabilidad puede darse el lujo de vivir en una casa humilde alquilando mes a mes, a fin de cuentas lo que él pedía. Ahora Grondi Jr. es feliz, alejado de tanto ruido, de tanto estimulo innecesario. El desierto acobija con sus vientos, sus arenas, sus montañas y horizontes la soledad que él necesita para vivir. Un lugar donde los animales tienen veneno a disposición de la defensa, Bartolomé no se escapa de esto.

Mágicamente, acá, en el nuevo pueblo también se gana un titulo parecido al que sus anteriores vecinos le habían otorgado, lo recuerdo por las dudas: “la sucia bestia barrial”. Con el tiempo cambia el auto, logra conseguir un viejo y destartalado Camaro del 69´, la pintura cayéndose de la chapa oxidada, detalles de roturas varias pero lo principal es que anda y mejor de lo que él esperaba.

Este nuevo auto, junto con su nueva vida le despiertan, la curiosidad por el conocer otros destinos.  Luego de recorrer los principales pueblos de las cercanías y curioseado por los ánimos de viajar, Grondi toma el mapa de ruta, carga sus principales pertenencias y comienza a explorar la nueva vitalidad a la que fue arrojado desde su soledad.  En los primeros pueblos que visita se da cuenta que contaba con una ayuda extra para sorprenderse con los nuevos destinos: saber que la gente lo tildaría casi de extraterrestre y encontrar un buen lugar para dormir, o en tal caso algún buen lugar donde estacionar el auto y no ser sorprendido por pequeños rufianes de poca monta, los cuales siempre rondaban en las cercanías de su auto.

Ya habiéndose acostumbrado al viajar continuamente, empieza a animarse más a los nuevos desafíos y traza caminos en el mapa mucho más largos. Horas y horas de meditación en la ruta escuchando sus discos, aventurándose a pequeños encuentros sociales en las tabernas de cada pueblo, con conversaciones estrafalarias entre los vagabundos y él y algunos amoríos a las apuradas de vez en cuando.

Al término del primer año de viaje ya llevaba exploradas unas 20 ciudades y sus particulares locuras. Había contrabandeado cigarrillos de pueblo a pueblo, también alcohol y algunas otras cosas que me limito a no contar para no complicar su presente. Su Camaro estaba impecable y mejor que nunca, ya que en cada pueblo al que iba, solía cobrar por sus trabajos de encomienda con comida y repuestos, preferiblemente originales. Así continuó otro año más de viajes cruzando diferentes estados, ya 10 en lo que iba de su comienzo. En este punto, en medio de una de sus largas recorridas por las rutas se da cuenta que algo había cambiado, algo se había cerrado, una espina que no se dio cuenta que tenia dentro de si, estaba saliendo a pura voluntad propia y de manera inconsciente. Como un recuerdo relámpago, se ve a si mismo a los 12 años en la pieza de la madre mientras el padre trabajaba. Ella lo había violado. Esa era su soledad, la espina y el motor V8 que lo expulso de su vida de “sucia bestia barrial”. Tubo que frenar al costado del camino, bajarse con la mirada perdida y tirarse al suelo a para llorar desconsoladamente como un niño de 12 años. Mientras estaba en el suelo sentía como las estructuras mentales cobraban nuevas formas. Él había hecho una conquista y no eran las largas millas de viaje que había recorrido, sino la más importante, la de su propia vida: La identidad.           

 

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